Valparaíso

Valparaíso
1910

NOUS N' IRONS Á VALPARAISO ... plus jamais

Nous irons à Valparaisó,  dice una vieja canción francesa, a estar con Cucho, con JK y Fernando. Son ellos como el corazón de oro blanco que tiene el pan, la trinidad.

Armados de un equipaje liviano, subimos a la escampavía de Fernando,  nous subirons avec du champagne et des lunettes ad hoc para glorificarnos en el lugar que depare el azar;  un fondeadero, un promontorio de rocas con cavernas, un socavón bajo el nivel menor de la marea chivata,  la baliza de una grúa de construcción,  el cielo nocturno con su Cruz del Sur, con camisetas, cochayuyos, con bufandas y chalecos para el frío, con escafandras, con marchas de protesta, con amor y papel confort y hojas sin rayas,  para escribir sobre las experiencias de esta hora propicia, las agendas y las adendas de la imaginación boca arriba embelesada. Vamos rajados abriendo la estela. El cielo, el de adelante y el de atrás,  ni les cuento lo transparente que está.   Está como para subir a un bote ballenero y salir a remar hasta clavar nuestro arpón en el lomo inmenso de un mastodonte marino y ser arrastrados a velocidad crucero. ¡Nous irons à Valparaisó!

La canción de viejos marinos, compuesta en 1811,  es ésta:
Valparaíso aparece en la memoria de muchos libros, en kilos de cháchara antigua,  historias parloteadas por los que se las saben todas,  por lo que no saben nada y por los que no les importa. Les creo a todos.  Moby Dick será nuestro Valparaíso ensartado de  penurias e inopias que debemos arponear  para extraer ese ámbar de perfumes y bálsamo que nos hará felices por un día.


























El cachalote que es Valparaíso,  no para de nutrirnos en sus latidos. Me lleno de chovinismo nonato al leer Valparaíso en esa novela. Debió ser exótico -  para los de ultramar - un puerto como este, un placebo después de sobrevivir al CABO DE HORNOS

Me gustaría que Valparaíso fuera la candorosa Marilyn, pero su noche es un cetáceo varado cuya muerte festejamos con fuegos artificiales y en el día es la encarnación del mal inteligente con miles de arpones incrustados en su lomo.

Como Ajab, soñamos vengarnos de MOCHA DICK. Como Ajab escupiremos en el cáliz de La Matriz de Valparaíso.  Echaremos la corta en el Callejón de los Meaos. Echaremos el bofe, la guata y las charchas.  

Ojala que un temporal ahuyente nuestra sed de venganza porque todavía no estamos pa morir. Estamos pa soñar, echarnos un  polvo glorioso, una garza y una caña al pecho. Incluso estamos hasta pa un tatuaje de Lys Gauty   en el pectoral materno.

- ¡Cómo extraño un buen temporal en Valparaíso!
… les digo entre suspiro y suspiro. 


Nos paramos en el malecón de los 70. Las olas golpean como mastodontes, como manada de espumas sube hasta la altura descomunal de un campanario y se desploma en un estrépito de sal y agua,  con olor a engendro amoroso de líquidos blanqueados que retornan al mar como garras y espíritus de todas las anclas de naufragios y a punto de cogerte enrabiados de saña.  O como un barco varado -  el Naguilán por ejemplo -  escoriado, tumba-do, lacio, recibiendo las cornadas rabiosas de las olas. Estar ahí, en el mojado corazón del temporal, Ser el latido mismo de esa fiesta de ráfagas y lluvia horizontal,  Ser y Estar en la aventura vital, real y trágica hija de la puta que la parió. Lo extraño.¡ Qué querís que te diga !

Evoco esos temporales, sentir la fragilidad de la ciudad sometida al destemplado control del diluvio que nos persigue con sus frescas goteras por los cables electrificados, penetrando las ventanas de madera de liceos, seminarios, universidades y el viento rizándolas contra los vidrios como bigotes de Dalí, como el joropo de Robin y Batman, Flash o Linterna Verde,  como la vara de Moisés,  hasta romperlos, hasta hacerlos preñar.




Valparaíso vive al medio de la tormenta,  danza a merced del viento y de la lluvia, y la espuma del mar nos moja en una chorreada de semen intelectual y lascivia delirante. Brilla sobre la armatoste palpitante  la venganza de una fecha de cumpleaños, un exit del sepelio que apunta al rumbo del infierno prometido. Lo echo de menos.

Me alborota el alma oler el puerto. Azota las aletillas de mi corazón las telas,  el gran mesón de vino en el Bar La Playa saturado de recuerdos, de sillones aromados de semen y negros perros durmiendo, de espejos de 5 mm de espesor, de cascos de la primera guerra mundial, guantes de boxeo del campeonato de los barrios, banderas y ceniceros atornillados, de Blue Splendors en el ojo mágico de la radio a tubo Grundig cantando, y a los mojados de luna en sus diluvios del tintolio ingerido como que le temblaran  las cañuelas al reventar las burbujas de amor,  como que se les cayeran los calcetines a los fogonazos del zoom 21 de Mayo y a la máquina fotográfica del Cucho.
 


  


Como que se les secara la gomina a mis lágrimas, como que un caldillo arrancara besos de mis contertulios, una paila de huevos fritos en un tugurio digno de Los Hermanos Karamazov,  como lo es El Cinzano, porque El Cinzano es un tugurio… pero lo que es tugurio, a  sotavento, pero tugurio. Donde perfectamente cabe un contrabajo de balalaika y sus cosacos cantando y un coro de Carmina Burana, Mein Kampf y la meretriz. Y por supuesto nuestro ruego ante el rugoso mesero hastiado de limpiar manteles y de chistes a costa de su ridículo pelo escarmenado para ocultar la calvicie. Muy antiestético el sujeto aquel.

Valparaíso tiene  - quién lo diría -  la obsesión moralizante de los puritanos feligreses de la iglesia luterana del cerro Concepción,  de  fanáticos que se escudan en un dogma quemando al Judas y se valen de cualquier medio para llegar al fin donde todos perderemos la vida,  que está tan cara sostenerla, siguiendo al líder, ese que perdió la brújula hace rato, pero que nos atrapa en el vértigo de su locura. Líbranos señor te rogamos,  para eso llevan calzoncillos inmaculados mis muchachos.

La Caleta El Membrillo representa un espacio y un sector productivo que demanda mayor desarrollo en todos los territorios y ámbitos … por eso almorzamos un caldillo,  para sustentar el docto dicho de un entendido y derramarmos el vino bautismal sobre el regazo de Cucho para que se limpie de sus dolores, de sus heridas e incinere todo el tránsito que han dejado sus propios leviatanes...

- ¿Hace cuánto que no tenemos un buen temporal, JK? –
- Qué buena pregunta… mais le soleil n'est pas possible....
- Brilla el sol de  nuestras juventudes…
- No cantes himnos del 60.  Pon a Sting de los 90, Fernando... pon a Sting eterno.



Sin esos pescadores chilenos, sin los enjambres de gaviotas o de gente en las cocinerías de la caleta, que se sacan la cresta en los peldaños de la pega y no llega la ambulancia con el metapío, sin las mujeres que rodean el edificio de la Aduana,  sin carnet sanitario, sin un ejercicio bomberil, sin el berlín, sin el zarpazo del pedigüeño que champurrea un " Monsieur ",  incluso sin la gente como uno y que nos miran de las negras ventanas de los edificios herrumbrosos, Valparaíso no sería el cachalote que se deja arponear con nuestras iras, desventuras y amarguras.


Todos queríamos pasar la noche en Valparaíso, a la gira, porque cada vez sentíamos  la muerte y en eso vimos aparecer a lo lejos una joroba inmensa por donde habíamos estado en la universidad, en el atraque con la diva y casta. Y pasó el mar baldeando el plan,  escupiendo los alerones donde guardamos los explosivos. Pasó un tremenda confesión en su tremenda altura de arena y siguió para el otro lado.  Hasta El Almendral, hasta la cocina de una residencial. De allí se fue pa fuera. Nosotros vimos como se hacían pedazo las novias,  las promesas de amor, el hogar.  Fernando dijo que tratáramos de salvar algo, JK le dijo: “con suerte nos salvamos nosotros” Nos enmiedesamos, nos apavuramos y decidimos turistear por las callejas,  disfrazarnos de tomadores de pisco sauer, de compradores de souvenires, de franchutes trolos y eruditos hocicones porque este Valparaíso  no está para temporales de lluvia. Está para nuestra visita pagada. Y está manso, blando, poroso como cualquier  imbunche.


Y ya iban tres arpones claveteados con soga atada a nuestras venas desde los tiempos de la escuela. La trinidad. Dicen que había uno que lloraba, otro que buscaba las ofertas y otro que rezaba desde las  paredes con trizaduras,  con siluetas de hombres y mujeres apoyados en las futuras víctimas. 

Y después, una marejada grande que vino, nos volvió a tirar para adentro, para la barra, nos tiró al molo como un pontón y después a Cucho. Y ahí andábamos los dos con los ataúdes al lado, porque el mar barrió con nuestro cementerio. Se venían las casas con los muertos del segundo piso, con los lobos marinos gritando. Y llega el mar. Y nos agarra. Los chanchos, los troles, las gallinas, todo se llevaba el temporal mientras garrapateo en el cuaderno de nosotros




Nos pasó a buscar  una ola grande y nos llevó en una fotografía de la Plaza Echaurren hasta el Palacio de la Risa, hasta el engranaje del funicular y hasta el libro cocido a mano del Conservador de Bienes Raíces donde se dejó constancia de la orfandad nuestra. Y se termina la función.

A esa silueta de una belleza ballena y su rabillo de ojo con rimmel, con  dentadura impecable que sabe contrastar con la humareda turbia del tugurio, una honesta once completa es lo más que le daría y sin repetición y por supuesto un arponazo.

¿Qué sería de Valparaíso, con sus lobos de mar tan brutales de capitanes? ¿A dónde irán los de La Joya del Pacífico, ante la agresión aveza que espera atenazar a su presa con la mejor de sus pinzas de jaiba urbana?



Nada es más imbunche que el plan de Valparaíso, que el fambloyante perfil de sus cornisas, que su acrílico de empanadas famosas, su canto del Pajarito pajaril, su restorán chino con chau fan de lápidas y la valorización espacial de un recorrido de un estudiante con fiebre de tesis.

Es un hito de nuestro desprecio por la calidad de vida y el urbanismo. Un homenaje a nuestra perversa odiosidad por lo extranjero y nuestra admiración velada a lo gringo, a lo bachicha y a lo coño. Lo es, en su verdad repugnante, en su miseria transparente.  Pero tiene sorpresas, detalles que conmueven, algo que desemboca a la vena de la emoción para desatar la pasión más ennoblecida. porque en cualquier rincón, aparece la épica de vivir abrazados al vacío. Es nuestro sino.

¿Dónde clavar, nuestro arpón en este blanco cachalote que nos enreda con viejos cabos sueltos? El cachalote representa nuestra  monstruosa profundidad, una fuerza de la naturaleza que lucha por sobrevivir y al mismo tiempo lo hace todo por morir, ajena a todo rencor, a todo sentimiento humano y permanece -  después de azotarnos - con los estertores que creímos serían por una sola vez.






El tiempo seguía bueno,  así es que nos fuimos derechito a sacar lo que más nos interesa del leviatán: la esperma, el texto pa fondeo. Llevamos dos embarcaciones, una a motor; la escampavía y la otra al pasito; mi mochila.  Un Cucho subió al barco y nos tiró una punta del corcho, estaba nuevito, era de champagne, especial pa fondeo, nos indicó el rumbo. Y empezamos a tirar. Más que nada a fusilar.  No se acababan nunca los brindis. Pasamos a dejar unas pocas cosas a la Sebastiana y no fuimos de bajada con el bote al Muelle Barón, a mostrar el texto que habíamos sacado del fondo del mar.

Cargamos tremendo alto, la chalupa en puro cabo, y otras cositas: atornilladores, vergonzosos proyectos de arquitectura  y cuestiones de esas. Más allá de las barandas del muelle, sobre las suaves aguas alfombradas estaba la reluciente y negra sombra del cachalote, dormido de su amplia frente, de sus redondos lomos. Detrás, las aguas quietas alzaban brillantes burbujas luminosas que bailaban contra la sombra desnuda del cachalote soñando a pata abierta.


En eso vemos - de nuevo - una especie de polvareda en el océano. Era el mar que de noche venía avanzando como cinco mares feroces. Eso barrió nuestra ebriedad. Así es que cuando vimos que eso venía, le gritamos a los novios atracando en el muelle: “Apúrense chiquillos, que el mar viene de vuelta” El mar se venía con la segunda rellená. Alcanzaron a arrancar y se salvaron las dos parejas que nos miraban sin atinar que hacíamos allí pues estábamos en la despedida perjudicándoles los besos. El cachalote nos agarró a piedrazos. Furioso, con el lomo marcado de tantos combates, cargando eternamente con tajos sin sangre, astiles de lanzas y arpones que le ha dejado la locura salvaje de los desmembradores como nosotros. Luego desapareció con nuestros arpones clavados. Nosotros fuimos los únicos que sobrevivimos allá por el 73.

Eso me tocó verlo a mí. Yo andaba de mirón casi.  Es una cosa que no había visto antes eso de brindar con champagne en los tablones de un muelle y ser apedreado por un cachalote. No pienso que vuelva a ocurrir. Después se vio una piedra pómez que flotaba. De esas botó el mar, montones. Pensamos que reventó un volcán de tristeza y salieron esa clase de piedras que eran como las penas y que se fueron bamboleando con la corriente de Humbolt hacia las Galápagos para que regresen como tortugas.

El mar, al fin fue una taza de leche y estuvimos flotando en un océano suave y fúnebre toda la noche. De regreso a tierra firme me dejaron en casa y en seco las personas más buenas que el pan, de corazón de oro, la trinidad.

Eso pasó el día que fuimos a Valparaíso a estar y ser con Cucho, Fernando y JK.