(A Pablo Mondragon de las Bayonas)
Maestro;
a la casona le llueven los poderosos serafines.
El más alto olvida sus alas cristalinas en cualquier tabiquería
y cava en los armarios,
en el desván de la infancia.
Imploro a la perforación de mis huesos,
al cómplice de la bestia
para escapar del amoroso abrazo de las termitas.
Imploro hospitalario en las botillerías épicas.
En la irreparable mortaja del adiós lloro y lastimo
decreciendo a la semilla
donde mandíbulas del gusano taladran aullando a pique
el oleaje de las maderas de mi primer barco.