La verde catarata de encajes y bastones
rodea la sucia luna de la fuente
con la inmovilidad de una espina muerta bajo las uñas.
Pálidos de insaciable luto
desgastan el sol en sus espaldas.
Dormitan los encalados en ademán de musgo
y anidan la mínima caricia a la pedrería azul del cielo
que en esa fuente les detiene.
(Huelo lluvia)
O sonríen impecables
y bostezan como un hoyo de tambor los viejos
y se agitan en su jardín de farmacias y boticas
(Me lo dicen mis huesos
animales que guardianes atentos
en mí nacieron del calcio)
y aquí están
los que no vendrán mañana a La Victoria.
